Un año más Almansa Feminista vuelve a esta plaza para poner de manifiesto que el movimiento feminista, del que todas las que estamos hoy aquí formamos parte, como fuerza colectiva, hemos ido abriendo espacios y consiguiendo algunos cambios, pero no todos ni para todas.
Nuestras vidas siguen marcadas por el sistema cisheteropatriarcal, capitalista y colonialista, que organiza nuestras relaciones sociales conforme a un modelo basado en jerarquías de género, clase y raza. Es por ello, por lo que, en los últimos 14 años, más de 1.560 mujeres han sido asesinadas y muchos de esos casos ni siquiera están contemplados en la Ley de Violencia de Género, mientras que no se visibilicen los distintos niveles y dimensiones de las violencias machistas, nos seguirán matando.
Nos continúan violando los hombres que se creen dueños de nuestros cuerpos pretendiendo mostrar a otros hombres y a nosotras mismas su masculinidad dominadora y violenta. Y cuando decidimos denunciar, nos encontramos con un sistema judicial patriarcal, un sistema que pone en duda nuestra palabra, que no nos cree y que nos juzga a nosotras y no a nuestros agresores.
Nuestros cuerpos continúan bajo el control de este sistema cisheteropatriarcal, limitando nuestros derechos sexuales y reproductivos, limitando nuestras decisiones sobre cómo queremos vivir la sexualidad, la identidad y expresión de género, nuestra corporalidad, la maternidad, nuestras vidas y nuestras relaciones.
Vivimos en una sociedad en la que continúa dándose una marcada división sexual del trabajo. Las mujeres seguimos enconsetadas en el trabajo de cuidados y doméstico, tanto en el ámbito familiar, donde no se da una real y plena corresponsabilidad, como fuera del ámbito familiar donde nos encontramos entonces con una absoluta precariedad, inseguridad y condiciones que rozan o llegan a serlo, de explotación laboral. Las mujeres nos seguimos caracterizando por ocupar los empleos de mayor precariedad, somos las únicas candidatas a renunciar a nuestro proyecto de vida por el cuidado de los hijos/as y de las personas dependientes, así como para que sea el hombre el que puede dedicar todos sus esfuerzos para poder alcanzar un empleo de mayor responsabilidad y mejor remunerado. Y si no queremos renunciar por completo a nuestro proyecto de vida, tenemos que soportar dobles y triples jornadas de trabajo que minan nuestro tiempo personal, nuestra vida y nuestra salud. Sin olvidar que somos las mujeres las que corremos más riesgo de llegar a una situación de pobreza, y es que esta división sexual de trabajo y la precariedad laboral que caracterizan nuestros empleos nos llevan a situaciones de dependencia económica, precariedad y pobreza.
Por la experiencia de los últimos meses, todas las que estamos aquí somos conscientes de que la derecha y la ultraderecha de este país se han posicionado más claramente y sin ningún pudor como los férreos defensores de este sistema cisheteropatriarcal, capitalista y colonialista que nos oprime como mujeres, aplicando y pretendiendo que se extienda en toda la enseñanza pública el ya famosísimo Pin parental. Este método es una de las violencias estructurales más peligrosas a la que debemos combatir como movimiento feminista. Quiere destruir unas de nuestras principales herramientas para luchar contra este sistema cisheteropatriarcal, capitalista y colonialista, como es la educación basada en valores democráticos, de libertad, respeto y tolerancia, que fomente el asentamiento de un futuro más igualitario, más feminista y diverso.
Ahora bien, el Pin Parental tan sólo ataca al pequeño escenario que hemos podido crear dentro del ámbito educativo. Pero este escenario debe ampliarse y abarcar mucho más. Las mujeres seguimos siendo consideradas objetos en lugar de sujetos, la educación afectivo-sexual actual continúa siendo heteronormativa, centrada en reproducción, coitocéntrica, patologiza nuestros cuerpos, considerando a la menstruación, la menopausia y a la propia vejez como problemas y no como procesos naturales, invisibiliza la diversidad tanto de identidades y expresiones de género, como de sexualidades; y está basada en el miedo, los tabúes y los estereotipos dominantes, en lugar de estar basada en el placer, lo cual lleva a que se contemplen nuestros cuerpos y nuestra sexualidad como objetos y no como sujetos de placer.
Por ello, queremos una educación afectivo-sexual que esté contemplada en el currículum escolar y sea integral, libre de estereotipos sexistas, racistas y LGTBfóbicos. Que forme a los niños y niñas contra unas masculinidades violentas, posesivas y dominantes, excluyendo los tópicos del amor-romántico y haciendo posible el desarrollo de todo nuestro potencial, promoviendo cambios culturales, en las ideas, actitudes, en las relaciones y en el imaginario colectivo, para ser dueñas de nuestros cuerpos, y dejemos, como sociedad, de naturalizar las violencias sexuales. Una educación que nos eduque en la diversidad, que muestre las diversas formas de vivir la sexualidad, identidades y expresiones de género y las distintas corporalidades que existen; que promueva el placer sexual y el autoconocimiento de nuestros cuerpos. Una educación laica que informe, sin moralismos, sobre la importancia de la prevención de embarazos no deseados, las ETS y la violencia sexual. Queremos una educación pública y con currículos feministas y anticoloniales, donde se transversalice la perspectiva de género, antirracista y antixenófoba en todas las disciplinas.
Como he dicho antes, es la sociedad cisheteropatriarcal, capitalista y colonialista la que nos oprime, por eso el feminismo no puede entenderse sólo desde una perspectiva de mujer heterosexual, blanca y occidental. Las violencias patriarcales nos afectan a las mujeres de forma diferente en función de nuestro estatus migratorio, nuestra edad, si somos racializadas, gitanas o payas, si somos mujeres con discapacidad, si somos mayores, si somos hetero, trans o lesbianas; si somos asalariadas o no; trabajadoras del hogar, prostitutas; si somos madres o no. Si negamos esta diversidad invisibilizamos la especial crudeza con que las violencias patriarcales nos afectan a algunas de nosotras. Si negamos toda esta diversidad el movimiento feminista pierde todo su sentido.
Por todo ello, el movimiento feminista se planta en esta plaza y en el resto de plazas y calles de este país para conseguir la transformación radical de la sociedad, la cultura, la economía y las relaciones. Nos plantamos por nuestras hermanas migrantes, racializadas, gitanas, transexuales, lesbianas, heterosexuales; por nuestras hermanas mayores y pensionistas, por las que deciden y quieren abortar, por las que quieren ser madres, por las que no quieren serlo, por las asalariadas y no asalariadas, por las prostitutas y por las trabajadoras del hogar.
Nos plantamos en esta plaza para gritarle a esta sociedad cisheteropatriarcal, capitalista y colonialistas que frente al “nosotros primero”, “nosotras juntas”.
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